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LA GUERRA DE MALVINAS, 40 AÑOS

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Reunión que compartí con un sector de los veteranos a 40 años de la Guerra. Recuerdo mis primeros viajes en bondi de la escuela a casa por el año 1997. Era la única de mis compañeras que retornaba a zona sur. Viajaba en silencio acompañada de miradas gachas y escondidas detrás de humildes mochilas multicolores. Se interrumpía la monotonía con el ruido de las monedas que caían de la máquina. Esos cincuenta centavos me llevaban de Almagro a Pompeya. Era asiduo que unas paradas posteriores, un muchacho de unos veinte años más que yo, alto como el Aconcagua, uniformado, moviéndose con pasos agónicos, subía al colectivo y le suplicaba al chofer que no le cobrara.  Nos daba una estampita y nos pedía a cambio una colaboración. Se le quebraba la voz y aunque no entendía lo que contaba, siempre me conmovía. A veces repartía escarapelas. Pasaba extendiendo sus enormes manos y sin hacer contacto visual. Repetía que era combatiente de Malvinas. Respiraba agitado y temblaba. Yo intentaba siempre da

DICOTOMIAS

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Baila al son del aire una hojita marrón. Son esos instantes en los cuales, no se cómo ni por qué, el viento se arremolina y levita para mi balcón las hojas de los árboles que Sarmiento decidió plantar en la Ciudad. Es una tarde lluviosa de enero. Una tarde de silencio que sólo se quiebra por la risa desdentada de Gaia, mi hija. Y traspasan miles de imágenes por mi mente, tal cual como imagino que debe ser los últimos instantes de la vida. Y ahí sale del portón marrón caminando en una esquina de Pompeya. Una señora robusta vestida con una remera de modal azul con flores blancas, un pantalón de la misma tela marrón que le llega hasta los tobillos y unas crocs. Camina lentamente con un carrito de compras medio destartalado. Mientras el tren pasa en las cercanías sale del mismo portón una adolescente rebelde. De malas ganas la  morocha de ojos marrones y reticente a acompañar, avanza. La señora le insiste. Y la adolescente de malas ganas le da la mano. La gente las mira raro. Pero la chica

NACER EN EL LUGAR EQUIVOCADO, MORIR EN LA BUROCRACIA

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Refugiada de Sudán del Sur en Uganda. En su infancia fue atacada en la cara por un león. Foto: Paula Acunzo. Son variadas las razones por la cuáles las personas migran desde la inestabilidad sociopolítica de sus países, crisis humanitaria, el sueño de un trabajo mejor y un futuro que no consiguen, conflictos armados, catástrofes naturales. En Argentina, migrar es un derecho reconocido desde que la ley 25.871 entró en vigencia en el año 2003. Esta ley protege los derechos humanos del migrante privilegiando a los migrantes provenientes de los países del Mercosur y asociados. Además trae una perspectiva innovadora inexistente en la ley previa de 1981 que poseía un criterio estigmatizante y restrictivo y vinculaba a la migración con problemas de seguridad, narcotráfico y delitos. La “Ley Videla” buscaba estrategias para traer al país migración de otros países esencialmente de Asia tratando de frenar la afluencia de la población limítrofe. Lamentablemente, durante el gobierno de Mauricio Ma